
¿Cuántas veces nos hemos topado con temas que nos recuerdan a otros ya conocidos? Un estigma que muchas veces calificamos como plagio inconsciente o directamente como robo descarado. Según las sociedades de autores y compositores de muchos países, plagio es “copia, en lo substancial, de una obra ajena, haciéndola pasar como propia”. Tal es el caso de la melodía de “My sweet Lord”, que George Harrison confesó haber hurtado de “He’s so fine”, de las Chiffons. O John Lennon, cuando le birló la cadencia de “You can’t catch me” a Chuck Berry, para su “Come together”. (Todavía está en duda si la melodía de "Femme Fatale", de la Velvet, le sirvió o no de inspiración para "Imagine").
Ni qué hablar de las estrofas de “Do you believe in shame”, de Duran Duran, que suenan demasiado a “Suzie Q”. O los famosos “Creep” y “Just”, de Radiohead, afanados vilmente de “The air that I breathe”, de The Hollies, y “No new tale to tell”, de Love and Rockets, respectivamente. O Deep Purple, apropiándose de la intro melódica de la canción "Bombay calling", de la oscura banda de San Francisco It's A Beautiful Day, para llevarla al estrellato como "Child in time". O Led Zeppelin, “tomando prestados” los riffs de “You need loving”, de Small Faces, para componer su célebre “Whole lotta love”, sin omitir que "Stairway to heaven" se asemeja mucho a "Taurus", de los californianos Spirit. (Por favor, no quiero olvidarme de lo que Jimmy Page le hizo a Jake Holmes, con respecto a "Dazed and confused".) O al revés, incluso, cuando Pearl Jam, mediante “Given to fly”, ultrajó la bonita balada “Going to California”, de Page y Plant.
Y ya que estamos... “Yellow ledbetter”, de Eddie Vedder, que fue sustraída sigilosamente de “Little wing”, de Jimi Hendrix. O la armonía de cuerdas de “Bittersweet symphony”, de The Verve, achacada a tiros a “The last time”, de los Stones. O Nine Inch Nails escamoteando para “A warm place” la totalidad de “Crystal Japan”, de David Bowie. O los hiperinflados Coldplay, que enfrentan un juicio debido al tema “Viva la vida”, robado a “If I could fly”, de Joe Satriani. O Vanilla Ice, que ganó fama con “Ice ice baby”, sin pagar derechos a Queen, por desvalijarles “Under pressure”. Green Day aún busca el perdón de Dios por lo que hizo con "Wonderwall", de Oasis ("Boulevard of Broken Dreams") , con "Telephone line", de Electric Light Orchestra ("21 Guns"), y con "Doublewhiskeycokenoice", de los punks Dillinger Four ("American idiot"). Tiempo desoués, los mexicanos Panda les robarían a Green Day hasta las letras, que tradujeron impunemente.
O Soda Stereo despojando a Ride, Metallica a Bleak House, Bee Gees a Ronald Selle, Tame Impala a Pablito Ruiz, Tina Turner a Cher, Guns n' Roses a T. Rex, Michael Jackson a Al Bano, Black Eyed Peas a Freeland y a Phoenix Phenom, Madonna a Salvatore Acquaviva, Jet a Iggy Pop, Galleon a Kylie Minogue, ésta a Donna Summer, Tizziano Ferro a Kelly Osboure, y ésta a Visage, llegando a casos insólitos, como el citado Chuck Berry, que se robaba a sí mismo los riffs de sus clásicos inmortales.
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Ni qué hablar de las estrofas de “Do you believe in shame”, de Duran Duran, que suenan demasiado a “Suzie Q”. O los famosos “Creep” y “Just”, de Radiohead, afanados vilmente de “The air that I breathe”, de The Hollies, y “No new tale to tell”, de Love and Rockets, respectivamente. O Deep Purple, apropiándose de la intro melódica de la canción "Bombay calling", de la oscura banda de San Francisco It's A Beautiful Day, para llevarla al estrellato como "Child in time". O Led Zeppelin, “tomando prestados” los riffs de “You need loving”, de Small Faces, para componer su célebre “Whole lotta love”, sin omitir que "Stairway to heaven" se asemeja mucho a "Taurus", de los californianos Spirit. (Por favor, no quiero olvidarme de lo que Jimmy Page le hizo a Jake Holmes, con respecto a "Dazed and confused".) O al revés, incluso, cuando Pearl Jam, mediante “Given to fly”, ultrajó la bonita balada “Going to California”, de Page y Plant.
Y ya que estamos... “Yellow ledbetter”, de Eddie Vedder, que fue sustraída sigilosamente de “Little wing”, de Jimi Hendrix. O la armonía de cuerdas de “Bittersweet symphony”, de The Verve, achacada a tiros a “The last time”, de los Stones. O Nine Inch Nails escamoteando para “A warm place” la totalidad de “Crystal Japan”, de David Bowie. O los hiperinflados Coldplay, que enfrentan un juicio debido al tema “Viva la vida”, robado a “If I could fly”, de Joe Satriani. O Vanilla Ice, que ganó fama con “Ice ice baby”, sin pagar derechos a Queen, por desvalijarles “Under pressure”. Green Day aún busca el perdón de Dios por lo que hizo con "Wonderwall", de Oasis ("Boulevard of Broken Dreams") , con "Telephone line", de Electric Light Orchestra ("21 Guns"), y con "Doublewhiskeycokenoice", de los punks Dillinger Four ("American idiot"). Tiempo desoués, los mexicanos Panda les robarían a Green Day hasta las letras, que tradujeron impunemente.
O Soda Stereo despojando a Ride, Metallica a Bleak House, Bee Gees a Ronald Selle, Tame Impala a Pablito Ruiz, Tina Turner a Cher, Guns n' Roses a T. Rex, Michael Jackson a Al Bano, Black Eyed Peas a Freeland y a Phoenix Phenom, Madonna a Salvatore Acquaviva, Jet a Iggy Pop, Galleon a Kylie Minogue, ésta a Donna Summer, Tizziano Ferro a Kelly Osboure, y ésta a Visage, llegando a casos insólitos, como el citado Chuck Berry, que se robaba a sí mismo los riffs de sus clásicos inmortales.
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No quiero meter más cizaña pero sepan que el mayor papelón en este sentido lo detenta Paul Simon, por haberse apropiado de la melodía andina "El cóndor pasa", compuesta por Daniel Alomía Robles en 1913 y patrimonio nacional de Perú, transformándola en "If I could", lo cual le significó no sólo un gran bochorno artístico, sino también un serio conflicto con el gobierno de ese país.
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Pero hay un individuo que no necesitó saquear riffs, ni estribillos, ni estrofas, ni posturas, ni improntas determinadas a tal o cual músico, ya que TODA SU OBRA constituye un impresionante COMPENDIO DEL ASALTO PERFECTO a las fórmulas probadamente exitosas que pudo hallar dentro del rock en 30 años de dudosa carrera. Así cimentó su triunfo Leonard Albert Kravitz, justamente en base a succionarles las ideas a varios creadores originales, entre ellos Prince, Beatles, Sly and the Family Stone y Jimi Hendrix.
Hacedor de hits indiscutidos, dueño de una magnífica voz, y guitarrista-multinstrumentista oportunista como pocos, este monarca del copy/paste utilizó retazos de lo más efectivo del hard-rock, funk, glam y pop, produciendo un suceso pocas veces visto, capaz de edificar un imperio monetario inaudito, salvo por un detalle: que como bien reza el dicho popular, “la mentira tiene patas cortas”, y es en este álbum donde el artista le vio la entrepierna a Dios. No en vano, “Baptism” tiene la portada que tiene. En ella se ve al músico nadando en la sangre de los creativos que a él le convino sorber. Y no porque sí el disco se llama “Bautismo”, pues lo más probable es que Kravitz, contrito, haya decidido bautizarse en 2004 para librarse de su enorme pecado original (¡y capital!).
Todo es débil, repetitivo e insustancial aquí, donde, a pesar de tocar Lenny casi todos los instrumentos, las buenas intenciones se esfumaron (igual que en River Plate, que cada día se asemeja más a Perú, y no tanto por su atuendo). “Minister of rock ‘n roll” es pura autoindulgencia, “I don’t want to be a star” es mera hipocresía (es fácil cantar que sólo se desea una Chevy y una vieja guitarra cuando se vive en una mansión descomunal), y “Sistamamalover” recrea en exceso la receta de Prince (¿Sexy motherfucker?). “Storm” pudre el aire con su horrendo rap, a cargo de Jay-Z, y el corte pasatista “California” apesta a duplicado de la banda Fountains Of Wayne. “Where are we running?” y “Flash” se parecen al peor Kiss en plena diarrea estival, mientras que “Calling all angels”, “What did I do with my life?”, “Baptized” y “The other side” se exhiben como sebosas baladas melodramáticas, hechas ex profeso para humedecer coños de teenagers.
Una producción digital que sólo logra que los fans pidan a gritos que Lenny vuelva a escuchar “Mamma said” y que retorne al modo analógico valvular de grabación. Aunque yo pienso que, para editar impurezas como ésta, mejor sería que Kravitz buscara un lugar en las pasarelas como modelo de alguna marca de jeans.
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Conclusión: Lenny explicó cierta vez en una entrevista para Guitar One la razón por la cual algunas celebridades no merecerían ser famosas: “Miren a esos ídolos que ensalzamos. Un montón de sujetos que no hacen más que caminar por una alfombra roja y que concurren a fiestas de alta sociedad sólo para engancharse con la gente correcta. Por eso son famosos. ¿Y para qué?”.
Lo extraño es que ESO es exactamente lo yo que pienso de él.
Hacedor de hits indiscutidos, dueño de una magnífica voz, y guitarrista-multinstrumentista oportunista como pocos, este monarca del copy/paste utilizó retazos de lo más efectivo del hard-rock, funk, glam y pop, produciendo un suceso pocas veces visto, capaz de edificar un imperio monetario inaudito, salvo por un detalle: que como bien reza el dicho popular, “la mentira tiene patas cortas”, y es en este álbum donde el artista le vio la entrepierna a Dios. No en vano, “Baptism” tiene la portada que tiene. En ella se ve al músico nadando en la sangre de los creativos que a él le convino sorber. Y no porque sí el disco se llama “Bautismo”, pues lo más probable es que Kravitz, contrito, haya decidido bautizarse en 2004 para librarse de su enorme pecado original (¡y capital!).
Todo es débil, repetitivo e insustancial aquí, donde, a pesar de tocar Lenny casi todos los instrumentos, las buenas intenciones se esfumaron (igual que en River Plate, que cada día se asemeja más a Perú, y no tanto por su atuendo). “Minister of rock ‘n roll” es pura autoindulgencia, “I don’t want to be a star” es mera hipocresía (es fácil cantar que sólo se desea una Chevy y una vieja guitarra cuando se vive en una mansión descomunal), y “Sistamamalover” recrea en exceso la receta de Prince (¿Sexy motherfucker?). “Storm” pudre el aire con su horrendo rap, a cargo de Jay-Z, y el corte pasatista “California” apesta a duplicado de la banda Fountains Of Wayne. “Where are we running?” y “Flash” se parecen al peor Kiss en plena diarrea estival, mientras que “Calling all angels”, “What did I do with my life?”, “Baptized” y “The other side” se exhiben como sebosas baladas melodramáticas, hechas ex profeso para humedecer coños de teenagers.
Una producción digital que sólo logra que los fans pidan a gritos que Lenny vuelva a escuchar “Mamma said” y que retorne al modo analógico valvular de grabación. Aunque yo pienso que, para editar impurezas como ésta, mejor sería que Kravitz buscara un lugar en las pasarelas como modelo de alguna marca de jeans.
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Conclusión: Lenny explicó cierta vez en una entrevista para Guitar One la razón por la cual algunas celebridades no merecerían ser famosas: “Miren a esos ídolos que ensalzamos. Un montón de sujetos que no hacen más que caminar por una alfombra roja y que concurren a fiestas de alta sociedad sólo para engancharse con la gente correcta. Por eso son famosos. ¿Y para qué?”.
Lo extraño es que ESO es exactamente lo yo que pienso de él.
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"¿Hacia dónde estamos corriendo?", se pregunta Kravitz en este clip. No sé ustedes, pero yo sé a dónde corre él. Hacia la gloria de Jimi Hendrix que jamás alcanzará este émulo de todo y paladín de nada.
OTROS EJEMPLARES DEL MISMO TENOR: "5" (1998) ó "Lenny" (2001).
ANTIDOTO: "Let love rule" (1989).