The Rock and Roll Hall of Shame

Mostrando entradas con la etiqueta The Cure. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta The Cure. Mostrar todas las entradas

21/5/09

THE CURE - 4:13 Dream


He llorado toda mi vida. Y así fue al nacer. Por cierto, alguien me contó que el neonatólogo acotó en su momento que yo lo había hecho por demás. Mi infancia, a pesar de ser apacible, no estuvo exenta de llanto. Me hacían gimotear los atardeceres de domingos, los potajes de mi abuela, los desplantes amorosos, los partidos de fútbol perdidos a último minuto, y tantas otras cosas que por no recordarlas me dan ganas de llorar. En la adolescencia, mi sensibilidad fue en aumento y continué sollozando por casi todo lo que me rodeaba; mayormente, los discursos de Fin de Curso me dejaban los lagrimales más secos que garrapata de peluche.

Hasta que conocí a The Cure, en 1983, había berreado con muchas canciones alusivas a mi eterno estado depresivo. A ver si las reconocen: “Don’t cry”, “Cry for a shadow”, “Crying in the rain”, “I’ll cry instead”, “Crying in the chapel”, “Crying, waiting, hoping”, “Cry, baby”, “Sister don't cry”, “Cry from the street”, “Cry for eternity”, “The sky is crying”, “Go cry on somebody else's shoulder”, “Crying song”, “Fool to cry”, “Crying out for love”, “No woman no cry”, “When a blind man cries”, “Cry baby cry”, “Boys don’t cry”, “Cry me a river”, “Cry to me”, “I’m crying”, “Perro llorón”, “Mil veces lloro”, “No llores por mí, Argentina”, “El llanto”, “Llorando en el espejo”, “El rey lloró” y “Tango llorón”.

Como dije, Robert Smith y los suyos me brindaron renovados motivos para seguir con mi llanto perenne. En esa época, yo vestía de riguroso negro, de pies a cabeza, con sobretodo incluido, y solía delinear mis ojos, además de peinarme como un sauce… ¡llorón!
Creerán que mi existencia era una completa amargura, pero yo disfrutaba de mi condición de plañidero. Al respecto, recuerdo mi obsesión por cortar cebollas y mi continua presencia en las marchas anti-edictos policiales, que siempre finalizaban con gases lacrimógenos. Y hablando de represión, ¡qué despelote se produjo en las afueras del estadio de Ferro, en pleno show de The Cure, allá por 1987! Yo estuve allí, y mojé el pasto con mis lamentos.
Demás está decir que me compré todos los discos de la agrupación de Sussex, y me conmoví con “Three imaginary boys”, “17 seconds”, “Faith”, “Pornography”, el asombroso vivo “Concert” y “The head on the door”; me emocioné con “The top”, “Kiss me kiss me kiss me”, “Disintegration” y “Bloodflowers”, y en pocos casos, como “Wish
”, “Wild mood swings” y “The Cure”, me costó un poco más llegar al sollozo, pero, a fuerza de concentración, no tardé en ver cómo me afloraban las lágrimas. Ya era notorio que mi pasión por la dark-wave y el post-punk gótico se habían intensificando hasta niveles alarmantes.
Lloré junto a Saúl Ubaldini y Domingo Felipe Cavallo, lloriqueé separaciones y reconciliaciones, propias y ajenas, y me conmoví con teleteatros y realities, muchos de los cuales atesoré en videos. Obviamente, esto hacía que yo ingiriera litros de líquido para no deshidratarme.

Mi destino estaba signado por el llanto y yo ya suponía muy difícil cualquier desvío en el rumbo inexorable de mi vida, hasta que sucedió lo imprevisto. Fue a fines de octubre del año pasado, cuando sufrí un cambio muy brusco, que hizo que no volviera a llorar nunca más.
La causa tuvo que ver con la audición del 15º álbum de estudio de The Cure, último hasta hoy: “4:13 Dream”. ¡Qué manera de reírme a carcajadas! Es que Robert ya no es aquel hombre espectral que en otras épocas me inquietaba con sus sonidos de flanger y sus lánguidas letras, sino una pobre viejita quejosa, con los pelos revueltos, que reniega con unos nietitos ansiosos por salir a jugar al patio. Un lugar común tras otro, apuntalando, a duras penas, la más grande autoparodia melodramática que haya editado banda alguna. Todos los temas pretenden alcanzar el status de joyas del pop oscuro, pero la mayoría zozobra sin remedio en una trampa macabra que se podría traducir como ‘eutanasia creativa’. Lo poco rescatable es la base de bajo de “The reasons why” –no así su letra, que nos habla, una vez más, del suicidio-, el riff de guitarra de “The hungry ghost”, el buen minimalismo de la mal producida “Underneath the stars”, y la enorme sinceridad en “It’s over”, donde Robert canta: “No, I can’t do this anymore”. El resto va de incómodo a hilarante, máxime, el corte de difusión “The only one”, que fue lo que más me hizo desternillar. La voz de Smith está en cuarentena, gente.

Por fin me había dado cuenta de lo inútil que había sido mi vida, dedicada a un disfraz inconsistente y fugaz. Hoy tienen que verme yendo a los cabarets del microcentro, contando chistes de gallegos, jugando al truco con mis nuevos amigos del Club de Autos Especiales, tomando vino en damajuana, escuchando a Memphis la Blusera, excitándome cada domingo con el Turismo Carretera, y leyendo el Clarín (por los clasificados, ¿vieron?).
n
Epílogo: Estoy seguro de que a los emos jamás les ocurrirá una epifanía tan fuerte como la mía. Porque, a pesar de promover el llanto como bandera, sus bandas favoritas siempre fueron una risa.
g
Sólo otra versión más de la ultra-repetida formulita 33% "Boys don't cry" + 33% "Friday I'm in love" + 33% "In between days" + 1% de letra flamante, con la que el archi-reciclado Robert Smith y sus acólitos pretenden convencer a sus ya ajetreados seguidores.
No pierdan el tiempo con esto. Hay mucha música interesante para ver en YouTube. ¡Diviértanse! El que quiera llorar, que vaya a la iglesia.



OTRO EJEMPLAR DEL MISMO TENOR: "Wild mood swings" (1996).
ANTIDOTO: "Pornography" (1982).